Desde hace cuatro años —que es el tiempo que llevo dedicándome en exclusiva a esto de los cuentos— voy (o me llevan) por colegios y bibliotecas, teniendo encuentros con lectores. Normalmente primero se trabaja el libro en clase, y luego voy un día a hablar con los niños, a contarles mi rollo y a responder a las preguntas que quieran hacerme.
Y es gracioso, o será que me estoy volviendo un poco brujo, pero... antes de empezar, ya sé cómo va a ir con cada grupo y cómo van a responder los niños.
Alguna vez hemos llegado a un colegio y le han dicho al representante de la editorial: "¿Pero era hoy la animación? Pues los niños no se han traído el libro. Y no sé si se acordarán, porque como se leyeron el libro hace tres meses... Y a ver qué tal se portan, que este grupo es muy revoltoso. Esperad un poco que los llevemos al aula de usos múltiples. Y no te alargues mucho, que el recreo empieza a menos cuarto..."
Sin embargo, otras veces (la mayoría, por fortuna) cuando llegas al colegio, el profesor te dice: "Vamos a la biblioteca, que ya está todo preparado; han pintado un mural, y hemos hecho una maqueta del camión de papel, y hemos trabajado con distintos finales de la historia, y tienen un montón de preguntas, y... Ya verás, a los niños les ha encantado el libro. ¡Están supermotivados!"
Y es verdad que lo están. Ya lo creo. Porque el entusiasmo se contagia, al igual que la desidia.
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Recogido en el Colegio Luis Gil de Sangüesa, Navarra. |
En estos casos los niños te hacen mil preguntas, se lo pasan genial, hablan delicias de tu libro, y te confiesan que unos cuantos quieren ser escritores y otros cuantos ilustradores. A veces, también te regalan dibujos...
Y tú sales de allí tan contento, pero no porque creas que tu cuento es maravilloso... ¡Qué va!
Sales contento porque sabes que esos profesores están haciendo lectores.